LA EXCLUSIÓN AUDITIVA DURANTE EL ESTRÉS DE SUPERVIVENCIA

De todo lo vivido en aquellos escasos segundos en los que Enrique fue arrastrado durante 160 metros por un coche deportivo —estando atrapada una de sus piernas en los bajos del vehículo—, este policía de 36 años de edad estuvo recordando ‘momentos sueltos’ a lo largo de mucho tiempo. Aquellas rememoraciones aparecían en su cabeza en forma de intermitentes flases mentales. Manifestó que no llegó a sentir miedo: «No tuve tiempo para ello, no, al menos, de modo consciente. Todo fue muy rápido. Fue más rápido y violento de lo que nadie pueda imaginarse ni en el mejor de los entrenamientos creíbles que puedan proyectarse».

Recuerda que lo que estaba sucediendo lo creía estar viendo en tiempo real desde otra perspectiva: «Parecía que estaba viéndome en una película con una cámara suspendida sobre mí, o al menos así lo recuerdo hoy, mucho tiempo después».

Mientras todo esto sucedía, por su pensamiento pasaron algunas imágenes de distintos momentos de su vida. Aquellos recuerdos no fueron necesariamente negativos, según él sostiene. «Durante meses, a mi mente acudía el recuerdo de cuando con desesperación le gritaba al conductor: ¡‘para, para, para’!». Aunque asegura que realizó 2 disparos situando el arma relativamente cerca de su cuerpo y rostro, no recuerda haber visto los fogonazos en la boca de fuego (era de noche) ni oído sus propias detonaciones, las cuales, en circunstancias normales (no estresantes a un tris de morir), le hubieran regalado una hipoacusia temporal, qué menos que un incómodo pitido de varios días de incómoda duración. Sin embargo, desde los primeros instantes supo que había disparado 4 veces en 2 series de 2 disparos, cosa que le refirió a los primeros policías personados en la escena del delito.

«Pese a que durante años entrené la realización de un cambio de cargador tras finalizar un incidente armado simulado, aquel día no fui capaz de hacerlo. Más aún, de ello me di cuenta días después, estando hospitalizado. En realidad sé que no era necesario recargar, pues era consciente de que había consumido muy pocos cartuchos, solo 4, pero era algo que tenía muy interiorizado y aun así no me salió aquello que tenía tan entrenado… Lo que sí hice del mismo modo que en la galería fue disparar series rápidas de 2 tiros. ¡Ah! Tengo que reconocer que nunca jamás he sido entrenado en manejo de armas por parte del cuerpo al que pertenezco. Yo entrenaba por mi cuenta desde que era un niño. Insisto: en 14 años de servicio nunca fui instruido por la Policía. Y en la academia, tampoco: no hicimos prácticas de tiro».

Tras la huida del coche homicida, a cuyo mando iba ya herido de bala el conductor, Enrique seguía oyendo con exagerada claridad el sonido del motor, que ya se hallaba circulando por diversas calles adyacentes. El recuerdo de este sonido perdura todavía en la memoria del policía y lo define ‘como un trueno continuo’. «Temí que el vehículo reapareciera y me arrastrara otra vez o que pasase por encima de todo mi cuerpo. Por ello me aparté de la vía principal hasta quedar tendido bajo la iluminación que producía una farola del sistema de alumbrado público. Para llegar hasta allí me puse en pie, pero me caí tan pronto apoyé la pierna izquierda en el suelo. Tuve que reptar varios metros, porque tenía un tobillo completamente destrozado».

Emilio, otro policía que ha sobrevivido a tiro limpio, sumaba 4 trienios de antigüedad cuando a sus 32 años fue tiroteado por alguno de los ocupantes del automóvil al que perseguía en el rol de agente no conductor: ocupaba el asiento delantero del acompañante, en un vehículo turismo policial. Este hombre, al no manejar el volante del patrullero, se hizo cargo de mantener el enlace vía radio con la Sala de Transmisiones. Pero algo inesperado hizo que dejara de ‘cantar’ la persecución: varios proyectiles penetraron su vehículo por la luna delantera, pasando las balas a escasos centímetros de ambos funcionarios.

«En ese momento solo pude ponerme a gritar por la emisora. Comencé a pedir apoyo a la par que repetía ¡‘nos disparan, nos disparan, nos disparan’! Al final solté el transmisor de la emisora. Lo dejé caer. Supe que tenía que repeler el fuego cuanto antes, por lo que rápidamente alimenté la recámara de mi pistola y empecé a disparar. Mis primeros tiros los realicé a través de la propia luna parabrisas, de dentro a fuera. Mi compañero, aunque llevaba las manos en el volante y en la palanca del cambio de marchas, también llegó a disparar algunos cartuchos del mismo modo que yo. El humo de la pólvora quemada —quizás por exceso de impregnación de aceite en el interior del cañón del arma— nos impedía ver bien dentro de la cabina, y debido al estrés no podíamos abrir las ventanillas. Un caos en toda regla. Por cierto, no recuerdo haber usado los elementos de puntería del arma. Ninguno de los 2 atinábamos a hacer casi nada con precisión mental y física. Aunque parezca una broma o una mentira, las detonaciones efectuadas dentro del coche no nos dejaron sordos. Estábamos algo aturdidos por la sorpresa, tal vez también por el miedo, pero desde luego no por los tiros que estábamos pegando, los cuales seguro que en una situación de no estrés sí nos hubieran hecho pitar los oídos, quien sabe si incluso dolorosamente».

Categorias: Policial

Etiquetas: ,,,,

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.