CASO REAL. HÉROES versus MEDALLAS

¿LAS RECIBEN QUIENES ESTÁN DONDE SE GANAN… O QUIENES ESTÁN DONDE SE DAN?

Para la Policía de allí era el enemigo público número uno. Estaba en busca y captura. Le constaban más de treinta detenciones. No eran muchas, a tenor de su perfil criminal y de su edad: cuarentaicinco años. Pongamos que me refiero al delincuente que a finales de julio de 2018, en Jerez de la Frontera, atacó con una catana y con un formol a un par de funcionarios uniformados de la Policía Nacional. Sigamos poniendo datos. ¡Será por información! Días antes ya había acometido con un destornillador a dos policías de la misma fuerza pública mentada. Ese mismo malnacido es, también, el que no mucho tiempo antes de todo lo antedicho correteó, pico en alto, a otra pareja de servidores públicos armados, siendo estos, esta vez, miembros de la Policía Local jerezana.

Afortunadamente, los seis agredidos con tan variopinta colección de armas resultaron indemnes, si acaso con lesiones leves algunos. No está nada mal, para lo mucho malo que pudo haber sucedido. De la media docena de agentes de policía embestidos por la bípeda bestia deseosa de sangre, tan solo dos hicieron valer sus pistolas reglamentarias. Uno de los pocos disparos efectuados por este binomio alcanzó en la cabeza al infructuoso homicida. Quedose el proyectil alojado en su mandíbula tras haber atravesado el alzado antebrazo que empuñaba la catana, en el justo instante en el que esta iba a asestar el enésimo golpe que ansiaba el derramamiento de sangre. Qué buen trabajo hizo el chaleco de protección balística con el que protegía su tronco el tirador. ¡Y qué huevos!

Aunque los párrafos precedentes pudieran sugerir fotogramas de una teleserie o de un telefilme, describen tan pura verdad como, igualmente y a la postre, diseminaron deslealtad y vileza para con quienes hicieron el más difícil todavía: disparar contra una persona, además en tan complicadísima situación emocional. Acabando está 2019, casi un año y medio después de perpetrarse los hechos, y los funcionarios encartados en esta extrema defensa a tiros no han recibido aún ningún reconocimiento profesional emanado de la superioridad del digno cuerpo al que pertenecen. No es esta perrería un acto singular en España. Intervenciones de este alcance y con este resultado corporativo, a nivel de gratificación profesional, las hay a porrillo. El hurto de méritos, la distracción del valor acreditado y el «por mis narices que no los propongo para una medalla» pueden desembocar en la deserción del ánimo por la entrega al bien común. Por suerte para la sociedad, no es el caso de los por un pelo aquí escapados incólumes.

Hasta en problemas psicológicos puede acabar esta suerte de desprecio a lo bien hecho, porque, ya que estamos, el balazo en la cara quedó judicialmente justificado durante el periodo indagatorio. Y el herido, para colmo —para bien de todos, en realidad—, todavía está vivito y coleando, pero tirando de bandeja en prisión. Dave Grossman, teniente coronel de Infantería del Ejército de los Estados Unidos y reputado psicólogo y estudioso de la conducta humana sometida al estrés que genera matar o sentirse víctima de la muerte propiciada por un congénere, expuso esto en su magistral e imprescindible obra Matar: el coste psicológico de aprender a matar en la guerra y en la sociedad (Melusina, 2019): «[…] los honores y las condecoraciones que tradicionalmente se otorgan a los líderes, a todos los niveles, son de una importancia vital para su salud mental en los años que quedan por venir. Estas condecoraciones, medallas, menciones y otras formas de reconocimiento profesional representan una poderosa afirmación del líder por parte de la sociedad mediante la cual se le dice que lo hizo bien, que hizo lo correcto […]».

Allá cada uno con su conciencia, si la tiene (la hay tanto buena como mala).

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