EL TIRO EN LA PIERNA QUE MATÓ AL GUARDIA CIVIL JUAN DORADO

Luctuoso suceso acaecido en la demarcación de Jerez de la Frontera. Un impacto de bala en una pierna acaba con la vida del guardia civil Juan Dorado Gil, quien junto a sus compañeros Juan Páez y Mateo Zarzuela, todos adscritos a la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz, trataba de detener a los contrabandistas y bandoleros Francisco Martín Espejo, alias Malas Patas, y Juan Morales Montero, alias Cuco, a quienes se les imputa el secuestro de los gibraltareños John Antonine Bonell y su sobrino, quien por nombre y apellido tiene los mismos que su tío. Tranquilo, lector, este triste incidente policial se produjo en junio de 1870, en el siglo XIX. Sigue leyéndolo, por favor, seguro que te resulta interesante.

Al lío. Los gibraltareños antes citados fueron secuestrados, el 21 de mayo de 1870, por unos bandoleros españoles mientras los británicos paseaban a caballo por el término municipal de la ciudad de San Roque, donde reside la de Gibraltar. Aunque el caso se iniciara en esta ciudad, pocas semanas después, por segregación administrativa de su ayuntamiento, el espacio físico y geográfico de la escena del crimen vino a coincidir dentro del término municipal de La Línea de la Concepción, ciudad nacida el 20 de julio. Los trámites de emancipación de aquel territorio se iniciaron, siendo regente del Reino el general Serrano, el 17 de enero del mismo año. Con el nombre de Villa de La Línea de la Victoria estaba previsto primeramente bautizar a la nueva localidad. Por cierto, el exacto lugar del delito fue el camino de la Atunara, punto por el que los Bonell transitaban con dirección al cortijo de Sabá.

Los delincuentes requirieron a sus víctimas la cantidad de 25.000 duros (nombre popular con el que se conocía cierta valencia de la moneda oficial: el real o la peseta), a fin de liberarlos. Los Bonell se negaron rotundamente a entregar dinero alguno a sus hostigadores, entre otros motivos porque no portaban cuantía suficiente en el instante del abordamiento. Visto que no se alcanzaba un entendimiento, los españoles trasladaron a sus víctimas, durante la noche y a caballo, hasta Jerez de la Frontera, parando antes en el cortijo Los Portichuelos y en el cortijo-convento La Almoraima. El viaje duró dos días, dado que cruzaron parte de la serranía de Cádiz. Malas Patas y su compinche —en realidad hubo varios más— se dedicaban realmente al contrabando de tabaco inglés procedente de Gibraltar, solo que en la víspera del secuestro fueron interceptados por la Guardia Civil y sus ilícitas mercancías quedaron decomisadas. Esto motivó que se echaran al monte con la idea de recuperarse económicamente mediante la perpetración de un rapto de fin monetario.

Una vez llegaron a Jerez, los ‘Johnis’ fueron confinados en un caserío donde un tercer sujeto participó del delito. Quien allí custodiaba a los extranjeros era un cura desertor de la sotana. Siguiendo las órdenes de los captores, el mayor de los secuestrados escribió una carta para su familia. La epístola solicitaba que se hiciera llegar cierta cantidad de dinero hasta la Posada del Mono, sita en Cádiz. Tan pronto las autoridades del Peñón conocieron lo sucedido, pusieron en marcha la maquinaria diplomática. En España, cumpliendo órdenes de Madrid, se reunieron varios gobernadores civiles andaluces (la figura del gobernador civil es encarnada desde 1997 por la del subdelegado del Gobierno). La orden era clara: conseguir la liberación de los Bonell, pero sin poner en riesgo sus vidas. El caso se convirtió en prioritario para las autoridades españolas, al haberse hecho eco del suceso la prensa internacional.

Los planes del jefe de la banda de malhechores, un tal Don Antonio, cambiaron sobre la marcha y jamás nadie acudió a la Posada del Mono para recoger el montante del rescate. Sin embargo, un amigo de la familia Bonell llevaba días morando en la posada, llevando consigo el dinero peticionado. Por temor a la mucha vigilancia policial dispuesta en la zona, el capitán de los bandidos y el mayor de los Bonell se trasladaron desde Jerez hasta Cádiz, vía ferrocarril. Desde la capital de la provincia y con el nombre falso de Juan Romero, el 3 de junio el propio secuestrado embarcó en el vapor Ville de Brest con destino a Gibraltar. La idea era que John entregara en persona el dinero a los bandoleros, pues estos, a modo de garantía, continuaban privando de libertad a su pariente.

El viajero apareció en su casa de Gibraltar el 4 de junio, justamente dos semanas después de haberse perpetrado el secuestro. De modo inmediato contactó con sus dos mejores amigos, Pedro Montegriffo y Juan Recaño. El plan era que no se supiera, por parte de las autoridades gibraltareñas, que Bonell estaba en la plaza. Pero no fue posible mantener a salvo el secreto: la villa era pequeña y los vecinos lo reconocieron por la calle. La divulgación de la noticia fue inevitable. El gobernador inglés puso a disposición de John una cañonera de la Royal Navy para que, con la máxima celeridad, se trasladara hasta el punto de encuentro acordado con the boss de los captores. Ahora tocaba salvar la vida del joven Bonell, que seguía en manos de los forajidos. Con los amigos antes referidos, más José Varesse y Juan Bruzón, el veterano Bonell zarpó desde el Peñón con rumbo a Cádiz. Al final, como se había acordado días atrás, todos se vieron las caras en la fonda llamada Los Tres Reyes.

Entregado el dinero de la liberación (una cantidad ligeramente superior a la solicitada el primer día), los bandidos informaron que el sobrino sería puesto en libertad en el Puerto de Santa María…, y así fue. Los Bonell, junto con sus amigos gibraltareños, retornaron a casa en el Trínculo, cuyo capitán era el señor Grafton. Tocaron suelo británico el día 8 de junio. Durante la singladura, el doctor Yarde reconoció facultativamente al joven libertado. Fueron casi veinte días de cautiverio.

Los british no lo sabían, pero las autoridades españolas, incluso antes de culminarse el pago de los miles de duros y la liberación del joven, ya tenían identificados al Cuco y al Malas Patas, a los cuales les imputaban un delito de similar naturaleza cometido en Benamejí (Córdoba). La Guardia Civil, siguiendo órdenes de los gobernadores civiles de Cádiz y Sevilla, no intervino antes de llevarse a cabo el abono del rescate, con objeto de evitar males mayores sobre la persona del Bonell raptado.

Cuando tío y sobrino aún no habían tocado tierra en el puerto de la Roca, por estar todavía embarcados en el buque que los trasladaba a casa, tres de sus secuestradores se enfrentaron a tiro limpio con los tres agentes de la Benemérita que trataban de detenerlos: una patrulla de caballería compuesta por los guardias Dorado, Páez y Mateo, mentados al inicio de este artículo. Tan pronto detectaron la presencia de los sospechosos, los miembros del benemérito instituto emitieron con voz enérgica el consabido grito ¡alto a la Guardia Civil!, recibiendo como respuesta el fuego de las armas (la génesis del apodo “Benemérita” data de 1929). Dorado fue alcanzado en una pierna, mas sus compañeros, apoyados por otra patrulla personada al oír los disparos, detuvieron al Cuco y al Malas Patas. Perseguido campo a través un tercer individuo, éste logró evadirse amparado por la zaina y montaraz oscuridad de la noche.

Los dos apresados fueron mortalmente abatidos mientras trataban de escapar ejerciendo la violencia contra dos guardias y un sargento (¿aplicación de la ley de fugas…?). Fue el sargento Pedro Cordero quien segó ambas vidas. Los demás implicados en el secuestro fueron identificados, puestos a disposición judicial y posteriormente condenados. Dorado Gil, el guardia civil herido, fue trasladado hasta un hospital, donde finalmente falleció. El dinero del rescate, 27.000 duros, fue recuperado por la fuerza interviniente: lo portaba entre su ropaje uno de los malhechores neutralizados. El capital fue restituido al Gobierno inglés, por cauces diplomáticos.

A los guardias que participaron en las detenciones y en el posterior abatimiento del Cuco y del Malas Patas, se les impuso la Cruz Sencilla al Mérito Militar. El Gobierno británico tuvo un bonito gesto con la familia del agente fallecido en la operación: le remitió una indemnización de 10.000 reales. Y para cada uno de los números que sobrevivieron al enfrentamiento armado enviaron, a través de la Dirección General de la Guardia Civil, un revólver como regalo. Tal presente fue bien visto y aprobado por el alto mando del Cuerpo.

Revólver Lefaucheux 1863, arma reglamentaria en las unidades montadas de la Guardia Civil

La patrulla de caballería que se enfrentó a los secuestradores empleó, muy probablemente, las siguientes armas de fuego: la carabina rayada modelo 1857 y el revólver Lefaucheux 1863, armas que, por aquel entonces, eran reglamentarias en las unidades montadas del Cuerpo. El revólver Lefaucheux 1863 recibía la denominación oficial pistola-revólver. Procedía de la Fábrica de Armas de Oviedo y era del calibre 11mm. En vacío pesaba 750 gramos y poseía una capacidad de almacenamiento de seis cartuchos. La longitud del cañón era 155 mm, alcanzando los 285 mm de longitud total. Cada pieza fue adquirida por la Dirección General al precio de 116 reales. La carabina pesaba 3.367 gramos, poseyendo una longitud total de 1.230,6 mm. Su cañón era de 840,8 mm de longitud y disparaba cartuchos de papel con proyectiles del calibre 14,1 mm. Para las unidades de infantería se fabricaba con otras especificaciones en cuanto a tamaño y peso.

*Fuente armamentística: Revista Armas: Especial armamento de la Guardia Civil (1844-2002). Jesús Narciso Núñez Calvo, coronel de la Guardia Civil y doctor en Historia. 2008.

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