La Ley de Hick y el entrenamiento del policía

El trabajo de un instructor de tiro policial puede llegar a ser algo tremendamente gratificante y satisfactorio. Pero el instructor debe ser consciente de la responsabilidad que asume, ya que está influyendo determinantemente (positiva o negativamente) en las posibilidades de sobrevivir a un hipotético enfrentamiento que uno de sus alumnos pueda sufrir en el desempeño de su trabajo. Al menos así entiendo yo esa labor.

Esta responsabilidad es especialmente grave cuando se está formando en los niveles más básicos, cuando el instructor recibe al alumno, por lo general, como una hoja en blanco y le corresponde escribir las primeras líneas. De estas iniciales líneas puede depender no solo la preparación del policía para ese hipotético suceso que ponga en peligro su vida, sino que puede depender también la actitud del policía hacia la que es su profesión, y cómo afrontar los riesgos que ésta conlleva. Porque, efectivamente, al oficio que elegimos le son inherentes unos riesgos, y debemos asumirlos y hacerles frente.

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Instructores controlando una línea de tiro

Cuando el que recibe la formación ya cuenta con un bagaje, con una experiencia o formación previa, sobre todo experiencia práctica, tiene un criterio para ponderar o valorar en su justa medida la instrucción que está recibiendo. Dicho esto a lo bruto, sería como decir “cuando te han tocado los morros en la calle ya no te crees la primera pamplina que te cuentan en un tatami o campo de tiro”. El problema es cuando después de esa primera ‘experiencia’ ya no existe oportunidad de una segunda.

Por eso, el que asume esa responsabilidad de formar a otros, debe asumir cuestiones como que su propia formación no ha finalizado, de hecho no finaliza nunca, y que sus palabras no se escriben en piedra y no son verdades absolutas e inamovibles. Difícilmente puede nadie asegurar que lo que hoy enseña por creerlo lo más acertado, mañana pueda variar por aparecer nuevos estudios o experiencias que pongan de manifiesto errores o cuestiones mejorables en lo que se enseñaba, aconsejando la adopción de una nueva técnica, táctica, procedimiento, material, etc. Lo contrario, y vuelvo a rebajar la corrección de mi lenguaje, es ‘vender humo’, y una tremenda irresponsabilidad que pone en riesgo la vida de personas.

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Alumnos atendiendo las explicaciones de los instructores

Personalmente, una de las cosas que he cambiado, o prefiero decir, en la que he evolucionado, a la hora de afrontar la formación de alumnos digamos ‘noveles’, es en la no diversificación de opciones. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que si una misma cosa se puede hacer de diferentes maneras, procuro entrenar solo uno de esos modos a fondo, eso sí, justificando por qué de entre todos los modos posibles de proceder me decanto por uno, y fundamentando dicha elección. Pongo un ejemplo: Las posiciones de tiro con arma corta. Es común que en los cursos de iniciación se expliquen y practiquen las posiciones californiana, Weaver, police-crouch, finalizando con la isósceles moderna ¿qué sentido tiene esto?

Simplemente desde el punto de vista de optimización del tiempo y recursos (sobre todo munición, que suele ser escasa), ya me parece contraproducente destinar esfuerzo y medios a tal labor, pues existe una técnica que puede ser aplicada, con leves modificaciones, a prácticamente todas las condiciones y distancias de tiro con demostrada eficacia, solvencia y operatividad. Hablo de la isósceles moderna, hoy por hoy la técnica de tiro policial por excelencia.

Hay instructores que por cuestiones de cultura general del tiro o para dotar a sus alumnos de diferentes herramientas, prefieren impartir y entrenar todas estas técnicas y no centrarse en una sola. Mi opinión es que no debemos perder de vista que estamos formando a policías en su nivel elemental, y desgraciadamente no contamos con tiempo y recursos ilimitados, por lo que con las restricciones que introducen en la formación tales factores, debemos dotarles de las nociones básicas para defender su propia integridad o la de un tercero utilizando su arma. No estamos dándoles una clase sobre historia del tiro. Estamos facilitándoles una herramienta de supervivencia.

Esta opinión, que como tal no deja de ser algo subjetivo, encuentra un apoyo mucho más objetivo: La Ley de Hick. Esta ley, formulada por el psicólogo William Emund Hick en 1952, viene a enunciar que el tiempo que le supone a una persona tomar una decisión depende del número de posibles u opciones que tenga y de la complejidad de éstas, resultando determinantes también en el tiempo de reacción las experiencias previas, es decir, lo familiarizado que se esté con la decisión y el contexto en que se toma.

A mayor número de opciones para hacer una misma cosa, el tiempo de reacción aumenta exponencialmente, y esto es algo bien sabido y utilizado en la formación de deportistas de alto rendimiento, como lo demuestra la abundante literatura al respecto, pero que no es tan conocido en el ámbito de la formación policial.

En nuestro oficio, reducir aún en lo más mínimo el tiempo de reacción puede significar la diferencia entre la vida o la muerte, pues como sabemos el uso de fuerza por parte de un policía es una acción reactiva, es decir, es consecuencia de una acción previa de un agresor, por lo tanto la otra parte es quien lleva la iniciativa y por ello la ventaja.

Además no es solo una cuestión de tiempo, ya que el hecho de tener que elegir, nos da la posibilidad, máxime en una situación de estrés, de elegir mal con todo lo negativo que esto puede aportar al desenlace de la intervención.

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Alumno practicando un ejercicio de simulación

Otro aspecto destacable de la citada ley de Hick es el hecho de que el encontrarse familiarizado con la toma de una determinada decisión y su contexto, juega a su favor a la hora de minimizar el tiempo de reacción, lo que sin duda es una justificación más de los entrenamientos basados en las simulaciones o “role playing”, en los que el policía se forma recreando, en la medida de lo posible, entornos y contextos reales teniendo que resolver situaciones policiales como habría de hacerlo en la calle. De esta forma, llegado el momento en una intervención real, la mente ya estará familiarizada con la toma de este tipo de decisiones y se abrirán una especie de “caminos cerebrales” que facilitarán enormemente la labor del policía. Siempre será mejor que el policía afronte por primera vez una situación en un entorno de entrenamiento que no en una situación real, si bien también es cierto que nunca en un entrenamiento se podrá reproducir al 100% una situación real, en la que por ejemplo un cuchillo corta de verdad y el que lo empuña acomete al policía con una furia desmedida.

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