Cosas que pasan: rebotes y balas perdidas

Primera hora de la mañana en San Juan de Aznalfarache, Sevilla. Es 25 de mayo de 2011. Una mujer de 54 años de edad pierde la vida como consecuencia de un disparo efectuado por un policía local. El funcionario en cuestión, en unión de otro compañero, se estaba enfrentado a tiros con dos atracadores de bancos —legítima acción de defensa propia—, cuando uno de sus proyectiles no llegó a los criminales y rebotó deteniendo su trayectoria en la ciudadana. El impacto alcanzó la cabeza, produciendo la muerte en el acto. Concepción, que así se llamaba la interfecta, se encontraba junto a su hija en una parada de autobús, cuando se produjo el funesto suceso. Ambas mujeres, al oír las detonaciones (alrededor de seis), intentaron, sin éxito, llegar hasta un lugar más seguro para evitar ser alcanzadas.

Los asaltantes de la entidad bancaria portaban sendas pistolas del calibre 7.65 mm (.32 ACP), si bien, por suerte, estaban en un lamentable estado de conservación. Uno de los delincuentes cayó gravemente herido por un impacto de los funcionarios. El otro huyó, siendo posteriormente apresado.

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Imagen de archivo del atraco en San Juan de Aznalfarache, acaecido el 25 de mayo de 2011. www.diariodesevilla.es

Seguramente nadie pondrá objeción a que los policías, tanto los protagonistas de este suceso como otros, se defiendan con sus armas de fuego ante acciones potencialmente letales. Lo curioso es que el público también creerá que cuando un agente de policía dispara, siempre acierta sus disparos, tal y como la televisión nos ha hecho creer con sus teleseries y largometrajes. Pero lo cierto es que no es así. Los policías no solo no suelen conseguir colocar sus disparos al cien por cien en los encuentros armados reales, sino que tampoco siempre lo hacen en la tranquila, relajada, desinfectada y pacífica galería de tiro.

En el campo de tiro, vale, es relativamente factible alcanzar cierto grado de precisión en los ejercicios, pero en la realidad de la calle nada es igual y aparecen estas balas perdidas. Si alguien cree que es fácil poner la bala donde el ojo, es que no sabe nada de esto, o es que es tirador deportivo de tiro de precisión…, y además de cierto nivel. Por cierto, aunque emplear la palabra proyectil es más técnico y parece más profesional, a lo largo de este artículo usaré el vocablo bala como sinónimo de proyectil, pues según la Real Academia de Lengua Española es correcto hacerlo.

Estas cosas suelen pasar en la cruda, dura y fría verdad de la calle. No se pueden colocar todos los disparos allá dónde queremos, como quizá sí hacemos en los entrenamientos. Ya dije que nada es igual fuera de la cancha de tiro. Y es que el cartón que agujereamos cuando el instructor da la orden de abrir fuego (no todos los policías entrenan) no se mueve, no suda, no grita, no sangra y sobre todo, no dispara ni apuñala. En la vida real sí. Comprendido esto, será más fácil asimilar qué pasó aquel 25 de mayo de hace ya casi 4 años en San Juan. Puede que haya gente que no lo entienda, aunque más bien será que no lo quiera entender, pero esto es así porque no es de otro modo. No puede serlo. Así será de verdad, que la familia de la fallecida, concretamente la hija que fue testigo del tiroteo, no presentará recurso a la resolución judicial que archiva la causa por homicidio.
Tanto la jueza que entendía del caso, como la prole de la finada, entienden que la muerte se produjo como consecuencia de un lamentable accidente, que no pudo evitarse. Los agentes, cumpliendo con un deber impuesto legalmente, al encontrarse en el ejercicio de sus funciones ante un grave delito, y siendo encañonados por armas de fuego, hicieron aquello que el ordenamiento jurídico les permite y les obliga, y lo que la naturaleza humana no puede evitar: defenderse. Pero para más refuerzo jurídico de la actuación, se defendieron de manera proporcionada con los medios que reglamentariamente la Administración les había asignado.

Aunque por el título del texto quizá hoy no toque, hay que significar que factores fisiológicos no controlados por los amenazados (los policías) pudieron hacer que los elementos de puntería de las pistolas no se tomaran debidamente. Esto es algo que, cuando se produce, no está bajo el control del actor, si este llega a cierto nivel de estrés de supervivencia.

Las puntas semiblindadas rebotan y sobrepenetran
Como consecuencia de la investigación, se ha conjeturado que el proyectil semiblindado que acabó con la vida de la mujer había tocado antes en algún otro lugar (piso o pared, posiblemente), propiciando esto el desvío de su trayectoria inicial. Es lo que se denomina rebote, y se produce en virtud de varios factores, principalmente el ángulo de impacto o incidencia, el material y diseño de construcción del proyectil, y la forma y consistencia del cuerpo desviador alcanzado.

balas_perdidasEste caso resucita dos debates manidos, que yo mismo revivo con cierta frecuencia, pues no dejan de ser asuntos desconocidos de los que emanan infinitas leyendas urbanas, casi siempre alimentadas desde la propia comunidad policial. Uno de ellos ya lo referí de soslayo en párrafos anteriores: disparar o no disparar. Demasiados son los que consideran que si aún no hemos sido heridos, no podremos repeler el ataque. Esto es algo que muchos policías y vigilantes de seguridad me comentan en la línea de tiro. Unos lo dudan, otros lo creen a pies juntillas, y otros ni sienten ni padecen; están ahí, pero como si no estuvieran porque ni se lo han planteado. La gente insiste en que así se lo enseñaron sus instructores de tiro o profesores de Derecho (periodo académico) y, aunque parezca mentira, sé que es cierto que muchos docentes mienten cuando cacarean estos falaces discursos. Yo mismo he sufrido aplastantes clases de personas que, amparadas por galones, estrellas o títulos universitarios, vomitaban su ilustrada ignorancia desde sus intocables púlpitos.

Numerosísimas sentencias y jurisprudencias aportan tesis opuestas a los infames consejos que antes refería, pero una de las mejores definiciones que jamás he visto al respecto es esta: «El defensor debe elegir de entre varias clases de defensas posibles, aquella que cause el mínimo daño al agresor —naturalmente elegirá entre los medios disponibles en ese preciso instante—, pero no por ello tiene que aceptar la posibilidad de daños a su propiedad o lesiones en su propio cuerpo —no necesariamente debe haber sido herido para defenderse—, sino que está legitimado para emplear, como medios defensivos, los medios objetivamente eficaces que permitan esperar, con seguridad, la eliminación del peligro —medio que garantiza la eficacia—». (BGH GA 1956,49 y Roxin, C., Derecho Penal. Parte General…, T. 1, edit. Thomson Civitas, Madrid, 2003, p.628/9).

El otro triste asunto protagonista de este lamentable incidente es el del rebote. Ciertamente, los proyectiles que solemos emplear los policías son proclives a los rebotes, aunque en realidad todos pueden rebotar. Los usados por los agentes sevillanos eran los más frecuentemente empleados a nivel de fuerzas municipales: puntas semiblindadas. Junto con los blindados (FMJ/encamisados) y los de plomo, los proyectiles semiblindados son los más ampliamente extendidos en todos los cuerpos de seguridad españoles. En el Cuerpo Nacional de Policía son reglamentarios los semiblindados y en la Guardia Civil los blindados. Los cuerpos autonómicos se declinan mayoritariamente por los semiblindados, aunque debo referir el gran acierto que ha tenido el Cuerpo de los Mossos d´Esquadra (Policía Autonómica de Cataluña) al declarar de dotación la munición suiza SeCa del Grupo Ruag (expansiva).

bala_perdidaHay otras personas armadas por nuestras calles, unos con una formación muy rígida y obsoleta, y otros sin ninguna instrucción oficial, evaluable y exigible. Los primeros son los profesionales de la seguridad privada, o sea los vigilantes y los escoltas. Estos emplean, al igual que los policías, proyectiles normales, principalmente de plomo o semiblindados. Los demás a los que hago referencia son los ciudadanos poseedores de licencias tipo B. Personas que por su condición profesional, o por determinada circunstancia personal, pueden ir armadas por la calle. Es el caso de los joyeros, de las personas gravemente amenazadas, etc. Yo llamo a la licencia B, la codiciada. No se concede a cualquiera, pero cuando se hace no se exige entrenamiento o formación alguna. Te dan la licencia, vas a la tienda, eliges una arma, pagas y en varios días te llevas puesta una pipa. En estos casos, se adquiera el arma corta que se adquiera (la licencia solo ampara un arma), la munición a emplear será siempre cualquiera de las tantas veces comentadas en este artículo.

Como ya he dicho, todos los proyectiles pueden rebotar, pero se da una circunstancia en la que unos lo podrían hacer con más probabilidad que otros. Una cosa es que una bala alcance con el ángulo adecuado y la energía suficiente una superficie o plataforma de forma directa (tras salir del arma); y otra cosa es que ese proyectil haya penetrado y atravesado previamente un cuerpo u objeto del entorno. Sí, ahora hablo de la sobrepenetración, del exceso de capacidad perforante. Pese a lo que dicen los manuales y el boca a boca, los proyectiles convencionales sobrepenetran casi todos por igual. Se conocen infinidad de sucesos en los que proyectiles usados por policías (también por civiles) penetraron cuerpos humanos y los abandonaron con capacidad lesiva. El 9mm Parabellum y el .38 Especial, calibres policiales por excelencia en España, lo han demostrado muchísimas veces.

Proyectiles de punta hueca o expansivos
Cada día se va sabiendo que más cuerpos locales y autonómicos están entregando cartuchos de punta hueca o expansión controlada a sus funcionarios, pero son pocos todavía. Esta clase de proyectiles también pueden rebotar, no nos engañemos. Ya hemos conocido cuales son las causas que favorecen este fenómeno físico, y estas puntas no se sustraen a la ciencia. Lo que sí se puede afirmar, porque está verificado, es que los proyectiles expansivos (los de punta hueca lo son) se deforman con más facilidad al impactar y penetrar un cuerpo humano, siempre que las circunstancias sean las oportunas. Esto favorece la transferencia de energía al órgano afectado. Al ir deformándose la masa se va transfiriendo energía y esto, a la par, reduce la velocidad. Todo ello, en consecuencia, disminuye la posibilidad de sufrir una mayor penetración. Esto impide, en parte, que los proyectiles abandonen el cuerpo, y cuando lo hacen es ya con merma de su posibilidad lesiva.

Dicho lo anterior, de otro modo, si la bala no abandona el cuerpo humano alcanzado (también objetos muebles o inmuebles), por haberse quedado dentro de él gracias a la causa que sea, no tendremos por ahí un proyectil perdido que sería un riesgo potencial para terceros. Pero incluso si éste abandona el cuerpo, tras haber consumido parte de su energía en el interior, la minimización de riesgos estaría garantizada.

Para finalizar, mencionaremos también los proyectiles frangibles. Estos son aquellos que están construidos y diseñados para desintegrarse, convirtiéndose en polvo, tras el impacto en superficies muy duras. Todo el cuerpo del proyectil suele ser una mezcla de partículas compactadas de polímeros, mezcladas con otras de cobre, tungsteno, nylon u otros materiales sintéticos. En cuerpos blandos actúan como proyectiles convencionales (puertas de coches, órganos humanos, etc.). Solamente se desintegran completamente, cumpliendo así su misión de diseño, si impactan en ángulo de 90º o similar. De otro modo, o en otro ángulo, los fragmentos del proyectil pueden desviarse de su trayectoria inicial, conservando capacidad para herir.

Aunque algunos han manifestado en según qué foros que en San Juan de Aznalfarache se hubiera podido evitar aquel fallecimiento de haberse empleado munición frangible, yo creo que no. Al menos no necesariamente. De entrada, este proyectil no está diseñado para el uso policial convencional o diario, sino para determinados entrenamientos y misiones (no contiene plomo y no es tóxico en ambientes cerrados, como las galerías). Como dije antes, estos también pueden rebotar. Incluso los hay con una fina envuelta metálica, como es el caso de una de las varias versiones existentes de la punta Disintegrator de Remington (teóricamente frangible).

En caso de haber prosperado la causa contra los policías locales protagonistas de estos párrafos, posiblemente sólo hubieran sido condenados por una falta penal del artículo 621.2 del Código Penal: «Los que por imprudencia leve causaran la muerte de otra persona, serán castigados con la pena de multa de uno a dos meses». Cuando los agentes dispararon no cometieron imprudencia alguna. En cualquier caso, grave seguro que no.

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