Caza menor en la sierra de Madrid en inmejorable compañía: mi hija y cartuchos Remington

El pasado sábado 7 de noviembre tenía programada una mañana de caza menor de perdices en la sierra de Madrid. Son días de caza clásica, tranquila, de esfuerzo y sudor, donde el peso de la percha importa poco, siendo lo más trascendente el contacto con el campo, la belleza de cada escondrijo que nos regala, en este caso, la sierra madrileña.

Este sábado se daban además dos circunstancias nuevas: la primera, la compañía de mi hija mayor de casi  11 añazos, Inés. Me había pedido ella venir conmigo, y la verdad, es que me dejó de piedra al pedírmelo. Estaba nerviosa desde primera hora y de hecho, madrugó más que yo. En fin, ya sabéis, una de esas alegrías que da la vida…

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Mi hija Inés preparada para vivir su primera experiencia de caza menor

La segunda novedad de la jornada fue la munición que este pasado sábado tuve la enorme suerte de probar; unos cartuchos Remington Express Long Range y Remington ShurShot Field Load, ambos en 6ª. La presentación de ambos cartuchos es soberbia, siendo el segundo de un atractivo singular, al tener la parte central alrededor del pistón en plástico del mismo color que el del cartucho. Por apariencia, se nota que son cartuchos de altísima gama.

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Los cartuchos Remington Shurshot Field Load de 36 gramos tienen un aspecto espectacular
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Aunque los que más me sorprendieron fueron los Remington Express Long Range: para disparar muuuuy lejos!!

Nos pusimos en marcha a las 08:00h y a las 08:30 estábamos puntuales en el bar donde nos dieron la oportuna acreditación para poder cazar. Tras un café con leche para mí y un Cola-Cao para Inés, nos pusimos rumbo al coto. Inés me va preguntando sobre los animales a cazar, qué hay que hacer, qué no hacer… La mañana es espléndida, aunque hay bastante rocío y el campo está muy húmedo. Mi hija lleva el calzado adecuado, así que esto no debería ser un problema.

Nada más aparcar el coche, ya en el cazadero, desenfundo el arma, en este caso, mi fiel Ugartechea con el cañón derecho en *** (que realmente son casi 4) y en el izquierdo **, que realmente es * y muy cerrada. Después de darle una serie de consejos básicos a mi hija, le calzo unos cascos protectores y le explico que debe caminar siempre detrás mío, muy atenta a por donde pisa, sin hacer ruido y con las manos fuera de los bolsillos (para evitar males mayores en caso de resbalón).

Cargo en el cañón derecho de mi escopeta paralela un Remington Shurshot Field, y en el izquierdo (cerrado), un Express Long Range. Por lo que he investigado, este último cartucho permite disparos a gran distancia, y lo suyo es juntar las cualidades del cañón con las del cartucho para sacar el mejor rendimiento de ambos.

Realizo dos disparos de prueba, uno con cada caño. El derecho sorprende. Son 36 gramos, no es un patadón (recordemos que estoy tirando con una paralela que no maquilla para nada las reacciones), es suave, hasta progresivo para lo que son 36 gramos. El plomeo en la madera a la que disparo es homogéneo, y a 25 metros no deja huecos. Abre un círculo del tamaño de una paella. La salida del cartucho es limpia y sin humos.

Disparo el izquierdo, esta vez a unos 30 metros largos. Este cartucho sacude un latigazo importante, aunque también es progresivo. No es como otros cartuchos de bajo coste, donde parece que a uno le ha dado una coz un burro encabritado y salen humos blancos y fogonazo por la boca del cañón. Me acerco a la madera y me quedo tremendamente sorprendido, son casi 35 metros y el disparo no ha abierto más de lo que abarca un plato de taza de café… vamos, un diámetro de unos ¡15 centímetros!  No puede ser… Me alejo unos 60 pasos largos, vuelvo a disparar sobre la madera, y el radio es de unos 35 centímetros… ¡Espectacular! Plomeo uniforme, sin huecos notables.

Parece increíble la capacidad que tiene este cartucho Remington Express Long Range para mantener una agrupación tan cerrada durante tantos metros de vuelo. Ahora la disculpa es ser capaz de correr la mano y calcular cuánto adelantar a tantísima distancia… Normalmente, a más de 40 metros, los disparos suelen ser error de cálculo o la ambición desmesurada, mezclado con las ganas de abatir una pieza que se nos escapa. Pero con este cartucho, sinceramente, esos lances ya no quedarán a merced de la suerte. Aquí el cartucho juega un enorme papel, y sinceramente, a mí me ha dejado casi sin palabras.

Con estas sensaciones de llevar la mejor de las compañías y cartuchos «alcanzatodo», comenzamos nuestra caminata, sin perro, de oído y de observación.

Aunque intuíamos cierto movimiento, no veíamos vuelos largos de ningún ave. El ambiente era casi mágico, el aire que respirábamos era fresco, intenso, verde… Las gotas de rocío hacían que la hierba y los arbustos brillasen como si estuviesen decorados con pequeños cristales.

Avanzamos paso a paso en procesión silenciosa, yo buscando el mejor de los recorridos y vigilando por el rabillo del ojo a Inés. En estas jornadas hay que evitar los senderos (ya sabéis lo que dice el refrán: cazador de sendero, ni conejero, ni perdiguero). A lo lejos, comenzamos a oír el canto de una perdiz. Yo le hacía gestos a Inés, y poco a poco, sigilosamente, nos vamos acercando. Otro canto. Más a la derecha, cuidado con esa rama que puede crujir, parece que está en esa pequeña vaguada… otro paso más… nervios controlados… y allí, reluciente, majestuosa, allí luce la reina del campo, la maravillosa perdiz.

Le señalo a Inés el lugar, es una estampa única: la belleza de una perdiz con su maravilloso plumaje, en el contraste de una mañana como esta, verde rabiosa, rociera… no podía haber cuadro mejor que este.

Apunto y espero. Veo que se mueve pero no rompe el vuelo. Se oculta tras un arbusto, y de pronto, rompe ese aleteo que recuerda al arranque de un motor a reacción. Disparo el cañón derecho, adelantando el tiro unos 30 cm. Justo la perdiz pasa por entre unas ramas, y la veo desplumarse y caer a peso muerto. Bajo el arma y nos acercamos a cobrar tan preciada pieza. Inmóvil, bella, yace en el suelo perfectamente recogida en un ovillo. La cojo con cuidado y observo a Inés, que la mira con cara de sorpresa…

La cuelgo de la cincha y veo que Inés no puede apartar la vista de la pieza. Me pregunta finalmente, “¿ha sufrido?” Unos segundos de silencio… “no hija, ha sido instantáneo. La buena caza es aquella que nos permite abatir la pieza con el mínimo sufrimiento posible”.

Pateamos una y otra vez. Altos, colinas y vaguadas, no hay movimiento, de vez en cuando se oye alguna pieza cantar, pero no lo suficiente para poder localizar bien el origen. Varios Rabilargos nos hacen más llevadero el camino, saltando de árbol en árbol, a lo que Inés me pregunta, “¿papá, a esos no los cazas?” La respuesta es que a esos no, pues son especie protegida. Le explico que no todas las especies se pueden cazar y algunas están protegidas porque quedan poquitas. Inés me responde que le parecen más bonitas las perdices y que deberían protegerlas. Le contesto que hay que cuidarlas, y de todos depende que un día no estén en peligro de extinción.

Poco después, sale una torcaz bastante larga. Apunto sobre ella y casi me regodeo en el apuntar mientras la veo alejarse. Disparo con el caño izquierdo (gatillo trasero de mi Ugartechea) y cae fulminada. Un disparo facilón, porque se alejaba de mí en línea recta, pero muy largo, de uno 40 metros o más. Desgraciadamente, no conseguimos cobrar la torcaz, pues cayó en una maraña espesa y no pudimos acceder a ella.

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Mi escopeta Ugartechea, rodeada por varios cartuchos Remington de un tipo y otro, las vainas y las patirrojas cobradas

Al final de la mañana y con un sol impropio del mes de noviembre, llega el lance final: una patirroja que he visto bajar al río muy a lo lejos, sigue allí esperándonos. Inés me da señales de estar cansada, pero aguanta el tipo sin decir ni mu. Nada más acercarnos a los arbustos bajos, sale disparada y cae fulminada de un disparo a 30 metros, cruzado de derechas a izquierdas. Me ha salido uno de esos disparos instintivos, con los dos ojos abiertos, o como también se dice, de encare «automático».

Conclusión: la compañía hizo de esta jornada un recuerdo imborrable, seguramente para los dos.

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Lo mejor de la jornada, sin duda, la compañía de mi hija

En cuanto a la munición Remington probada, la verdad es que resulta muy cara comparando con cargas similares en otras marcas, pero confieso que me quedé muy gratamente sorprendido. Para jornadas de caza donde el número de disparos sea bajo y haga falta afinar mucho cada disparo, creo que esta munición marca una diferencia más que notable.

En general me gustan casi todas las marcas de munición (con alguna non-grata excepción), pero en este caso y a pesar del precio, creo que estos cartuchos Remington, sobre todo el Express Long Range, son muy diferentes y se nota. En muchas ocasiones, distinguir la calidad de unos cartuchos de 6 euros la caja, a otros de 9 euros la caja, es francamente complicado. Aquí, hablamos de palabras mayores, y si no lo hubiese probado yo, no podría ser así de «definitivo».

Son de aspecto muy atractivo, transmiten sensación de progresividad en el disparo, de plomeo uniforme, y los Express, permiten disparos condenandamente largos. De esos que hay que guiñar el ojo y afinar…

Son caros, cierto, pero donde llegan estos plomos, no llegan muchos otros. Personalmente, para jornadas de poco tiro, donde cada disparo es una oportunidad, y hay muy pocas a tu alcance, creo que estos cartuchos Remington, a día de hoy, son un firme candidato a ir alojados en mi recámara y en mi canana.

Categorias: Caza

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1 Comentariro

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    Es un placer ver que tu hija se interesa por la caza, siempre alegra ver que las nuevas generaciones continuan nuestras aficiones. Felicidades a los dos por un gran dia.

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