EL CALOR DEL PLOMO CONTRA EL FRIO DEL ACERO

Estamos acostumbrados a ver espectaculares filmaciones policiales procedentes de Estados Unidos y de Brasil. También nos llegan vídeos desde otros muchos puntos del globo, pero lo cierto es que los mejores suelen estar grabados en aquellos lares. Esta vez se trata de una grabación casera made in Irán, y no es la primera intervención iraní con la que me topo en las redes sociales.

Este vídeo debería hacernos meditar, a todos, sobre la conveniencia o no de seguir consumiendo la coletilla dialéctica y literaria ‘apuntar a partes no vitales’; archimanida expresión que, todo hay que decirlo, es utilizada normalmente como atractivo y eficaz recurso para tratar de cubrirnos el culo, cuando instruimos diligencias tras pegarle un taponazo a alguien. Porque a ver, si bien es cierto que muchas veces se puede apuntar con la pistola en el fragor de un evento a vida o muerte, en otras muchas ocasiones resulta imposible hacerlo, sobre todo si el que se defiende es acometido a corta distancia y por sorpresa. Pero apuntar supone enrasar perfectamente los elementos de puntería, para luego sobrecolocarlos en el punto de impacto deseado. Esto quiere decir que sabiendo hacer tal maniobra, que a priori parece no resultar extremadamente complicada, cualquiera podría ser campeón olímpico en cualquier modalidad de tiro. ¿No?

Pero claro, aquí estamos hablando de la realidad de la calle, de disparar contra animales bípedos de la especie Homo sapiens y no contra papiros diseñados para ganar trofeos deportivos, algo que cuando se lleva a cabo, me refiero a tirar contra semejantes, es porque el blanco humano está generando serios e inminentes peligros, además de estar, casi siempre, en pleno movimiento. Esto, sin olvidarnos de que el agente que se defiende también tiende a desplazarse, esté o no disparando ya contra su oponente. Ante el miedo, los sanos de sesera y de psicomotricidad nos entregamos a la biomecánica para que el garrotazo, el machetazo o el balazo no nos toque o para que lo haga con la menor lesividad posible, como norma general mientras nos damos por pies, aunque sea unos instantes. Tal vez muchos ignoren que ante hechos de esta naturaleza podemos quedarnos petrificados, o sea, emocionalmente bloqueados. Y es que, como dice el filósofo contemporáneo andaluz Chiquito de la Calzada, una mala tarde la puede tener cualquiera.

Considero que ni siquiera un buen tirador olímpico puede garantizar ser capaz de apuntar con claridad a punto anatómico alguno, a la vez que el objetivo y él se encuentran en movimiento, pese a que la distancia sea escueta. Insisto en que mucho menos, aún, si el envite se produce sorpresivamente, hallándose el arma todavía enfundada. Dicho esto, apuntar a las llamadas partes no vitales es tarea casi imposible de asegurar cuando se producen eventos vitales de gran magnitud, si bien las personas adecuadamente entrenadas podrían colocar ahí sus tiros sin apuntar y con una pizca de buena suerte, aunque no sean tiradores de competición. Pero a todo esto hay que añadir, encima, el hecho de que las zonas corporales definidas como no vitales, son porcentualmente de pequeño volumen, comparadas con otras áreas del mapa humano.

Con lo anterior no quiero decir, en modo alguno, que nunca se pueda impactar en los trenes motores. Naturalmente que se puede: a veces se logra por puro azar, se esté o no bien adiestrado, lo que conlleva la posibilidad de errar el tiro en un cincuenta por ciento de las ocasiones; y otras veces se logra gracias a que la situación no ha despertado en el defensor el coctel biológico y hormonal propio del estrés de supervivencia, ese que ante la percepción de un riesgo grave desata reacciones autónomas a nivel neuro-psico-fisiológico, que rara vez permiten conservar bastante capacidad mental de concentración y buena disposición ocular para que el cristalino enfoque el alza y el punto de mira. Asimismo, pude ocurrir que la fisiología no afecte brutalmente a quien, aun defendiéndose, no sea del todo consciente de la gravedad del momento. Pero también puede suceder que una persona muy adiestrada y con vasta experiencia en combate, retrase, durante el tiempo suficiente, la afectación de los primeros signos fisiológicos negativos (otros son positivos).

Discúlpenme por tan amplias consideraciones personales. Voy a centrarme ya en la actuación del policía de Teherán que disparó contra el atracador de un banco, cuando éste trataba de fugarse blandiendo un arma blanca, desde no más de dos metros de separación. Aunque el inicio de la filmación recuerda al juego infantil del pillapilla, el fondo de todo lo visionado es muy serio. Desconozco por completo el ordenamiento jurídico de la República Islámica de Irán, pero de haberse producido este incidente en tierras ibéricas (qué buen jalufo), la respuesta del funcionario no recibiría, a mi juicio, reproche judicial alguno, por más que los agoreros de vocación digan que sí. Lo que hay que hacer es leer menos titulares de prensa y estudiar más sentencias judiciales, jurisprudencias incluidas.

Pero el tuétano de este artículo no está en la necesidad racional de abrir fuego, pues me reitero en lo oportuno y necesario de tal medida, dado que el agente carecía de otros medios más eficaces para neutralizar, con eficacia, el riesgo inminente que sugería el cuchillo, teniendo en cuenta que incluso había conminado al delincuente hasta la saciedad. Significar que el legislador patrio solo utiliza la palabra ‘proporcionalidad’ en atención al potencial riesgo que generan las armas usadas en la coetánea acción de atacar y defenderse, puestas unas armas frente a las otras. Así que qué más pedirle al funcionario, porque dejar huir a un criminal no es una opción aceptable para quien, como policía iraní o pamplonés (qué buen chorizo por allí), está legalmente obligado a hacer lo que hay que hacer, cuando hay que hacerlo, aunque cueste trabajo hacerlo.

La sustancia está, desde mi punto de vista, en que el tirador siguió el protocolo legal y del sentido común, creo que con la suficiente profesionalidad, porque no solo hizo todo lo antes expuesto, sino que, para colmo, no dirigió su proyectil hacia donde se supone que estaban las partes vitales. Sin embargo, el malhechor perdió la vida aun siendo alcanzado en una pata, órgano presuntamente no vital, a tenor de lo que reflejan los temarios y manuales destinados a los policías y vigilantes. El malo murió, como otros muchos más (también no pocos servidores públicos y hasta toreros y accidentados de tráfico), por serle destruida una artería, concretamente la femoral. Así que eso que se dice por ahí tan a la ligera, sobre que tirar a una pierna o a un brazo no mata, es una trola tan gorda como peligrosa. Una mentira más, en este suma y sigue de despropósitos coleccionables. Y lo dice quien a cara de perro le metió dos semiblindados en el mismo muslo a un malnacido, la noche le tocó hacerlo. Eso sí, aquella madrugada ninguna arteria se vio afectada por el calor del plomo.

Dios me libre de abogar en el sentido de no dirigir los tiros a las extremidades, entre otras razones porque ello suele ser un importante indicio, de cara a la defensa judicial, de no querer dar, por ejemplo, en el pecho, en la columna vertebral o en la cabeza, donde a todas luces se ubican, sin discusión alguna, órganos verdaderamente vitales. Pero hay que recordar que apuntar no siempre resulta una acción fácil, por lo que pienso que es más coherente manifestar ‘dirigir’ el tiro que no ‘apuntar’ el tiro, vocablo, este segundo, de más abstracta interpretación a la vez que de más ajuste a la realidad.

Del mismo modo, el personal tiene que saber que los disparos dirigidos a las piernas y a los brazos son difícilmente colocables en el curso de una confrontación armada, lo que suele dar pie a tiros errados y a daños colaterales; pudiendo acabar las balas, igualmente, en el tronco del adversario, a poco que las partes se hallen en movimiento y estresadas. No obstante, muchos lesionados en las extremidades sobreviven a sus heridas, por lo que considero que si la intervención no exige con clamor neutralizar fulminantemente la amenaza, hay que intentar plomearlas. Ahora bien, ha de tenerse presente que la caída del antagonista puede sobrevenir en los siguientes lapsos, siendo los dos últimos los más frecuentes en casos de heridas por arma corta, cuando alguno de los trenes motrices son impactados:

a) Inmediata o instantáneamente (efecto derrumbamiento)
b) Mediatamente (entre uno y dos segundos)
c) Demoradamente (entre cinco y quince segundos)
d) Tardíamente (más de quince segundos)

(Óscar Enrique Vanzetti, médico forense. “La incapacitación inmediata por el trauma balístico”. La Rioja. Argentina. 2010)

Por último, el tema del torniquete. El tío perdiendo sangre por un tubo, hasta morir desangrando, y el policía sin saber qué hacer o sabiéndolo no lo hace. Y es que conocer técnicas básicas de taponamiento y control de heridas, en pos de impedir hemorragias, puede suponer la diferencia entre vivir o morir, tanto si el que la está palmando es el malo, como si es un compañero de fatigas, como si es uno mismo.

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1 Comentariro

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    Ernesto, como siempre, exposición clara, entendedora, práctica y policial. Y que hará reflexionar a más de uno de está profesión.
    Un abrazo.

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